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La consciencia de la vulnerabilidad

Era el año 2010 y en Concepción-Chile vivíamos meses complejos por el reciente terremoto que nos había afectado. Era Junio de ese año aproximadamente y mi primera hija tenía 3 meses de nacida, ella sólo se alimentaba de mi leche materna y hasta ese día no me había separado de ella ni un minuto. No había reparado en lo anterior hasta que un día, mientras visitaba a mis padres junto a mi hija, algo faltó a la hora de once (u hora del té) y me ofrecí para salir a comprar. Dejé a mi hija con mi mamá y fui hasta una panadería cercana que queda a no más de 5 minutos en auto. Cuando regresaba a del negocio a casa de mis padres, un auto que iba adelante frenó bruscamente y por supuesto me asusté mucho.

Fue entonces que me conecté con el pensamiento relativo a qué pasaría si me sucediera un accidente y obviamente imaginé las situaciones más trágicas ¿Qué pasaría si yo muriera? ¿Si se muriera mi hija? ¿Si nos sucedía un accidente de auto o de avión y mi marido y yo moríamos? ¡¡Fue terrible!! De ahí mi pensamiento saltó la posibilidad de que mi hija estuviera sin mi o yo sin ella y me abrumó una sensación de vulnerabilidad extrema, me corrieron las lágrimas y tuve que detener el auto y ponerme a un costado para intentar calmarme. Apenas podía respirar, lloraba por todo y por nada. Por todo lo bueno que tenía y no quería perder. Por lo nada que podía hacer para asegurar mi vida, lloraba por lo mucho que amaba a esa pequeña niña, a esa hermosa y perfecta cabecita redonda, sus manitos exquisitas. Lloraba porque no quería que ella tomara otra leche que no fuera la mía, que nadie la cuidara más que yo, en fin, me sentí una loca de atar pensando tantas cosas horribles.

Cuando pude reponerme después de un buen rato llorando dentro del auto estacionado, ya no era la misma. Me acompaña desde ese día la conciencia de que mi vida tenía otro valor para mí, mi existencia se expandía y se tatuó en mi alma lo afortunada y exigente que era la existencia al cuidado de otra persona. Desde ese día tomé conciencia de querer ser mejor cada día y eso se mantiene hasta hoy. Quizá no estaba tan loca, más bien mi locura era una sensación de amor y vulnerabilidad combinadas, de sentir la vida, de apreciarla y sostenerla, de saber que es un milagro despertar todos los días.

De paso quiero decir que pocas mujeres cuentan las historias de terror que a veces enfrentan siendo madres. Esto puede ser, entre otras cosas, por vergüenza o por sentirse en falta. Pero además, seguro que la Oxitocina hace su trabajo y estos episodios se guardan bien profundo en la memoria. Yo trato de recordar para disfrutar a mi hija y a mi hijo en el presente, para saber que nada es tan horrible si los tengo conmigo, que si manchan la alfombra nueva no se acaba el mundo o que si no quieren una comida no pasa nada.

Como dice Brené Brown, en una de sus charlas, la vulnerabilidad es la forma más precisa de medir el coraje. Estar dispuesta a estar así de vulnerable frente a la vida, es ser igual de valiente.

Sostener, amparar y proteger la vida de otro ser humano, puede ser muy intimidante, también muy reconfortante, ambas sensaciones conviven diariamente en nosotras que somos madres y en cualquier mujer que se hace cargo del cuidado de otro/otra.

Conectarse con la vulnerabilidad, te hace ser más fuerte, cuando tomas conciencia de lo que te rodea puede no estar, lo cuidas y lo puedes amar con más fervor y consciencia.

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