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Educar, el arte de humanizar

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Las tres ideas fundamentales de la vigencia del pensamiento educativo Tomista, que se desea enfatizar en esta reflexión guardan relación con la didáctica, la centralidad del estudiante, y la función del maestro.

Para Santo Tomás de Aquino la didáctica de la educación, no es una ciencia, es un arte, puesto que el aprender es una obra, por tanto, no obedece a principios generales, como sucede en el caso de la ciencia. En el arte cada creación es única. En este caso el aprendizaje también lo es, todo aprender es distinto, cada estudiante es distinto, y captar la sutileza de ello, es un arte, pues se requiere de sensibilidad artística para navegar en las aguas de la diversidad de este estudiante en particular, que debe ser guiado y movilizado para que despierte su propio interés por aprender.

El fin del arte es la obra bien hecha, y el fin de la ciencia es la verdad. Con esta idea de Santo Tomás podríamos transitar desde la ciencia al arte de enseñar, arte que despertaría en el estudiante el deseo intrínseco por aprender. El arte es belleza y la belleza causa gozo, por ello es que el estudiante que aprende siente aquel sentimiento de alegría sublime dentro de sí, en donde aprender es recordar, aquella emoción lo conecta con la reminiscencia de su propia alma.

La centralidad en el estudiante, está en íntima relación en visualizar a la didáctica como un arte, bajo la absoluta convicción de que no hay recetas para enseñar, pues el punto de partida siempre será el estudiante, con su esencia diversa y con sus infinitas singularidades.

La centralidad en el estudiante es una idea que Santo Tomás recoge de Platón, con la “paradoja del Menón”, “Solo se enseña a quien ya sabe”, por tanto, aquí viene el tercer principio vigente del pensamiento Educativo de Santo Tomás alusivo a la función del maestro, este debe ayudar a vincular al estudiante con lo que ya tiene dentro de sí, para que a partir de lo conocido se disponga al viaje de lo desconocido, para alcanzar aquella verdad que amplía los límites de su saber. Esto conlleva a una experiencia transformadora para el estudiante. De ahí la importancia de que el maestro se vincule con la cultura del estudiante, para llegar finalmente a su sentipensamiento, ese espacio sagrado que una vez iluminado comienza a comprender la belleza del saber. ¡Que valiosos aquellos docentes que con su arte de enseñar iluminan las conciencias dormidas de sus estudiantes!

Si enseñar es el arte de iluminar, solo puede enseñar quien está iluminado, es decir quien comprende en su totalidad la belleza de la obra bien hecha, aquel que ha transitado por los senderos de su propia iluminación, entendida esta como la síntesis de la belleza, la bondad y la verdad, para ser vertida finalmente en el océano del bien común.

Por Jacqueline Salgado Arriagada, directora de Formación e Identidad Santo Tomás, Sede Concepción

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