Hablar de sororidad hoy, tiene múltiples interpretaciones y aplicaciones. El origen latin “soror”, “hermana carnal”, nos va dando guía, junto con la definición actual de la RAE, “relación de solidaridad entre las mujeres, especialmente en su lucha por su empoderamiento”, de la alianza profunda, tribal, armoniosa y empática entre las mujeres. Sin duda se trata de un ideal, ya que nuestra cultura nos enseña de jerarquía, rivalidad y competencia como valores orientados al éxito de un ser humano. En una relación sorora, existe reciprocidad consciente, es decir, por esencia es bi-direccional, nadie es más importante y el valor de generar una cultura en la que el amor entre todas, y para todas, además del reconocimiento de la igualdad entre todas las personas, es lo que nos fortalece.
¿Cómo ocurre aquello? Porque la base de este concepto es un principio de reciprocidad, que implica compartir recursos, tareas, éxitos, dolores, heridas, con una mirada empática y amorosa, cuidadora y guardiana de nuestro amor propio, de la valía femenina tan perdida por tanto tiempo. Porque lo que das te lo das, y porque somos espejo de otras, porque nos podemos reconocer en las miradas, porque al conectarnos con nuestra femineidad, nos damos cuenta de nuestra importancia como seres que no queremos mirar el mundo desde los ojos de un hombre, porque no lo somos.
Marcela Lagarde, antropóloga e investigadora mexicana, representante del feminismo latinoamericano, nos señala que la sororidad exige de nosotras revisar la propia misoginia, aquella que debemos ir descubriendo, en los espacios donde nos parece legítimo dañar a otras. Desmontar esta misoginia, es una acción básica para el empoderamiento de las mujeres, individual y colectivo, además de la construcción de la igualdad, señala la experta. Este empoderamiento se construye en la base de una autoestima positiva, en todos los momentos y espacios de nuestra vida cotidiana. De esta forma, vamos construyendo una imagen basada en el merecimiento y en la libertad de ser quienes queramos ser, magas, brujas, líderes, madres, etc., o el conjunto de todas ellas. De eso se trata querernos, entre todas e individualmente, no hay patrones, no hay esquemas, hay autonomía y respeto por la diversidad de formas en que se configura nuestro femenino.
El valor de la sororidad requiere entonces re aprender nuestro valor como individuas, cuestionar nuestras programaciones de dura competencia y comparación, implica reflejarnos y respetarnos, además de admirar con profunda veneración nuestros caminos, algunos de dolor, que se dignifican como sabiduría sagrada y acuñada en nuestro útero, potencial creador de futuras experiencias constructivas de un mundo más igualitario y amoroso.