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Educar, el arte de humanizar

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En tiempos en donde la educación es concebida en gran medida como un atractivo garante de éxito, con sus importantes réditos financieros y estatus social, se torna de gran relevancia posicionar a la educación en todas sus manifestaciones, como aquel fenómeno que por naturaleza primigenia tiene la misión de humanizar sociedades, tanto en la esfera de lo colectivo, como de lo personal.

Resulta difícil imaginar siquiera que el fin mas trascendente de la educación no sea otro que el de resguardar la dignidad de cada persona humana. Ahora bien, cabe preguntarse desde donde nos situamos para abordar el tema de la humanización, ya sea como parte del proceso formativo, incluyendo a todos sus actores en los procesos de aprendizaje-enseñanza, como también bajo una perspectiva de proyecto social que identifica el efecto de la humanización como ancla central para un armonioso tejido social.

En esta reflexión que demanda poner en el centro a la humanización como causa y efecto de la educación, quisiera traer a colación a Santo Tomás de Aquino, importante estudioso de la Edad Media, quien concibe la educación humanizante, a través del bien común. Para Santo Tomas el bien común tiene relación con el bien, pero un bien que es compartido para toda la comunidad, ya que solo ello genera un estado de felicidad Común (Suma Teológica)

Los desafíos de una educación humanizante supone una importante transformación social, y bien sabemos que no existe transformación alguna, si primero no lo hacemos desde las conciencias. Con el hecho de abrir espacios a sensibilizarnos por aquellos y aquellas que han sido y siguen siendo excluidos e invisibilizados, y no sólo de los libros de historia, sino de aquel o aquella que tengo cotidianamente a mi lado, ya estamos sembrando las semillas de una formación que nos hace corresponsables del tipo de sociedad que anhelamos. Es imperioso encontrar un punto de partida.

Soñar con una sociedad humanizada es poner el foco en una educación centrada en las y los estudiantes, comprendiendo la naturaleza diversa del alma y del intelecto humano. Es poner el foco en una formación docente que vibre con la idea de estudiantes felices, y que viva las teorías hermosas. Es empatizar con un currículo significativo para quien lo aprende, que intencione la colaboración y la sensibilización de temáticas que impactan la vida en comunidad  

En lo macro, educar para humanizar es poner el foco en el valor de la Inclusión, valorando su infinita riqueza, que nos despoje de esa competitividad egoica, y de ese aparente exitismo enfocado sólo en el materialismo hedonista que ha dañado profundamente la autoimagen de aquellas, y aquellos que están al margen de los estereotipos y bienes que proporciona el progreso en las sociedades modernas.

Una educación humanizante es comprender también la dimensión espiritual de todo ser humano, lo cual nos invita a concebir la educación como aquel elixir trasformador que posiciona la dignidad de la persona como el centro de todo proyecto de vida y edificación social.

La Educación Superior tiene el deber ético de propender a esta transformación de conciencias, y ello no es una cancelación en absoluto de la importancia que tienen los avances tecnológicos y científicos en el mundo de la educación, sino mas bien una invitación a situar en lugar que corresponde los medios y los fines de ella. Esta resignificación, y parafraseando a Santo Tomás de Aquino, nos permitirá avanzar en la construcción de una sociedad que abraza el destino más elevado del alma humana; el bien, y ese bien es imperante que en toda sociedad sea común.

Por Jacqueline Salgado Arriagada, directora de Formación e Identidad Santo Tomás, Sede Concepción

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