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“Sin niñas no hay democracia”: Julieta Martínez y su lucha por visibilizar a las jóvenes 

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Imagen: Tremendas.org

Por Mariagracia Lorca Valdés 

El acceso a la educación sigue siendo uno de los desafíos más grandes para las mujeres en todo el mundo. Según la UNESCO, el 48% de la población sin escolarizar son niñas y jóvenes, lo que refleja la necesidad urgente de enfrentar esta desigualdad. En este contexto, Julieta Martínez, estudiante de Antropología y Arqueología en la Pontificia Universidad Católica de Chile, ha centrado gran parte de su activismo en garantizar que más niñas accedan a la educación y tengan las herramientas para desarrollar su potencial con sentido.

Fundadora de Tremendas, con tan solo 15 años, Julieta logró crear una plataforma que conecta y empodera a niñas y adolescentes, trabajando incansablemente para revertir esta realidad. Su historia personal y el acceso a información sobre la poca participación juvenil la motivó a crear este espacio de apoyo para que las niñas puedan ser parte activa de la sociedad.

“Hoy día constitucionalmente las juventudes y las infancias no están tipificadas como ciudadanía, entonces ahí es cuando decimos, si no somos ciudadanía entonces que somos. Somos sujetos de protección, pero hoy en día la protección está siendo vulnerada. Buscar donde está el problema de raíz es donde se comienza a trabajar”, señala Julieta.

En un recorrido inspirador, Julieta nos muestra que el futuro es de quienes se atreven a actuar por el cambio, porque, como ella misma dice, «sin niñas, no hay democracia».

¿Cómo influyó tu experiencia personal en tu decisión de convertirte en activista?

—Ahora, con el paso del tiempo, me he dado cuenta de cómo me involucro en el activismo como tal. Me pasó en un momento preciso de mi vida en el que muchos cuerpos se alinearon y me dieron herramientas, me permitieron acceder a espacios y conocer a personas que me enseñaron lo que era un emprendimiento y cómo funcionaba.

Pero, más puntualmente, siempre destaco el trabajo de mi mamá. Es una mujer maravillosa que, desde muy pequeña, me llevaba a eventos, charlas y conversatorios donde se hablaba de cómo la innovación puede cambiar el mundo, no solo como un beneficio opcional, sino como un beneficio colectivo.

Además, de pequeña no lo pasé muy bien; viví una época de bullying muy fea en el colegio. Me sentí sola y el concepto de emprendimiento, de buscar soluciones tangibles, se convirtió en un espacio seguro.

Todo este activismo despertó en mí, en parte por el hecho de que soy diabética; soy insulina dependiente desde los tres años. Hace un par de años, llegó a Chile la bomba de insulina y, con ella, la calidad de vida de un diabético mejora en un nivel gigantesco. Pero en ese momento, aún no estaba en el plan AUGE. De hecho, mi primera manifestación fue en el contexto de intentar llevar la bomba de insulina al AUGE. Ahí es cuando me di cuenta de cómo tantas personas que no se conocen y tienen realidades distintas se conectan para generar un impacto.

¿Qué te motivó y cómo fue el proceso de crear Tremendas a una edad tan joven?

—A mis 15 años se formó Tremendas como tal. En ese año, llegó el estallido social, que fue un antes y un después para el país. Nunca se había hablado tanto de qué rol cumplen los niños, jóvenes y adolescentes. Así me doy cuenta de que, al hablar de juventud, se considera a personas entre 20 y 25 años, y entonces, a los 12 años, me sentía afuera. Además, noté que niñas de mi misma edad que les gustaba la ciencia, la tecnología o la matemática creaban proyectos potentes durante su época escolar, pero, como no tenían las herramientas ni financiamiento, estos se perdían.

Una cosa llevó a la otra. Llegó la pandemia y empecé a darme cuenta de este mundo de personas que trabajan en distintas partes del mundo creando sus propias organizaciones. Poco a poco, se me fue generando esta apertura que me llevó a presentar con Hillary Clinton sobre formar proyectos de niñas para niñas.

¿Cómo has logrado sobrellevar tus estudios junto a la organización de Tremendas?

—El momento cúspide de Tremendas, donde estuvimos a nivel explosivo, llegando a otros países y creciendo en nivel de seguidores, fue en pandemia. Entonces, en ese momento, estaba en el colegio y había mucho tiempo libre. Tenía toda una tarde donde me juntaba con personas, no solo por proyectos, sino que también buscaba ese sentido de pertenencia, de buscar algo más grande.

Cuando salimos de confinamiento, seguimos haciendo proyectos y queríamos tener este valor territorial, estar en los espacios físicos con los niños, jóvenes y adolescentes. Por este objetivo de querer dejar a Tremendas bien conectada, me tomé un año antes de entrar a la universidad.

Ahora, ya como estudiante universitaria, mi presente es delegar. Tremendas es más que Julieta Martínez; somos muchas niñas y voceras participando. El objetivo de la plataforma es, precisamente, demostrar que hay muchas mujeres jóvenes trabajando en este ecosistema que se mueven por la bandera del activismo. Tenemos un equipo muy apañador que responde en estos momentos de sobrecarga, y eso creo que es lo más bonito: no solo trabajar con colegas, sino con amigas, y eso hace toda la diferencia.

La transformación de Tremendas: De la visibilización al impacto social

¿De que manera, han evolucionado los enfoques de la plataforma a lo largo del tiempo desde su creación?

—Tremendas nace con la idea de visibilizar lo que nosotros llamamos «talento con sentido», es decir, si te gustan las ciencias, el arte, la cultura, independiente de lo que te apasione o movilice, conviértelo en algo que pueda generar un impacto positivo en tu comunidad. Desde un principio, mi sueño era ser YouTuber; me imaginaba hacer vlogs dinámicos donde pudiéramos contar historias de chicas que intentan hacer la diferencia. Esa era un poco la idea que tenía de Tremendas, pero, con el tiempo, esa esencia no se pierde, solo se materializa en algo nuevo: no solo visualizar, sino conectar a las chicas entre ellas y con otros agentes sociales para lograr desarrollar esos proyectos. Así pasamos de visualizar a conectar y, después, a incidir, que es donde estamos ahora. Enfrentamos desafíos estructurales en los 18 países en los que estamos presentes para repensar cómo se relaciona la sociedad con las niñeces.

¿Cuáles son los proyectos actuales que están desarrollando?

—El proyecto más ambicioso que ha tenido la plataforma, y en lo que seguimos trabajando, es la academia. El objetivo es tener clases 100% gratuitas en temáticas fundamentales para el desarrollo sostenible. Tenemos academias climáticas que han tenido más de una versión. La idea es repensar nuestras formas de consumo desde la adaptación, mitigación y resiliencia en términos climáticos. Hoy, las niñas están cumpliendo un rol que, en el futuro, al entrar al mundo laboral, les permitirá involucrarse con energías renovables.

Hay una dinámica de creer que la crisis climática es solo un tema político-científico, pero, independientemente de lo que hagas, la sustentabilidad tiene que ser parte de las conversaciones. Además, estamos preparando La Cumbre de las Niñas, un proyecto con el que sueño desde que tengo 16 años. Estamos planificando para marzo del próximo año, juntando todas las fuerzas, alianzas y voluntarias de los 18 países en Santiago, para hacer esta cumbre de niñas para niñas, que nunca se ha realizado y queremos ser las primeras. No solo será en Santiago; hicimos una alianza con Inacap para estar en todas las regiones del país y poder conectar y descentralizar este tipo de conversaciones.

Para finalizar, ¿cómo describirías tu experiencia como activista a nivel internacional?

—De hecho, saqué un libro hace no mucho tiempo que se llama «No soy Julieta», que responde exactamente a esta pregunta, entre otros puntos de lo que ha sido mi activismo. Siempre he tenido problemas personales con la idea de representar a un grupo, porque el concepto de representar a las mujeres latinoamericanas es muy complejo. No sé lo que vive una niña sin agua en Chiapas o una comunidad indígena afectada por el desplazamiento climático. Puedo estudiarlo porque me importa y lo he hecho durante mucho tiempo, pero no lo vivo, y ahí está la diferencia clave.

Lo que he estado haciendo es abrir el nicho del activismo; que no seamos las mismas de siempre. Es importante ver nuevas caras, porque, dentro de todo, yo he sido súper privilegiada; tuve acceso a la información, internet y educación, y esa no es la misma realidad para todas. Hoy en día, tenemos una responsabilidad de abrir estos espacios y de pasar el micrófono. En ese sentido, sobre todo cuando voy a eventos y está ese concepto de hablar por las niñas, realizo el esfuerzo y siempre hago la invitación a otros a aprovechar el ecosistema, en mi caso, los 18 países que están en Tremendas, preguntándoles a ellas cuáles son los temas y problemas puntuales que deben llevarse, para traerlas no solo en el corazón, sino también en el discurso. Estoy esforzándome por democratizar el acceso a los espacios y a la información.

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