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Un siglo después, participación laboral femenina en deuda

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En la conmemoración del Día Internacional de la Mujer (8M), es bueno hacer historia. Si bien esta fecha recuerda la lucha de las mujeres por la equidad de género en todos los ámbitos, su origen nace a petición de la socialista alemana Clara Zetkin en una reunión femenina de su partido celebrada en Copenhague en 1910. 

En esos años la participación laboral femenina en Europa era cercana al 30% y en Chile al 25%.  Estaba fuertemente concentrada en la industria textil y en el servicio doméstico, donde las mujeres representaban a un 80% y a un 40% de los trabajadores respectivamente. Los procesos modernizadores de la sociedad chilena de las primeras décadas del siglo XX permitieron nuevas oportunidades laborales para ellas en el comercio, la administración y la burocracia estatal.

Para ingresar al mundo laboral, las chilenas tuvieron que vencer las resistencias de una sociedad que cuestionaba sus capacidades laborales; que las tildaba de débiles o enfermizas. 

El trabajo femenino era considerado una alteración al orden social, pues arriesgaba el cuidado de la familia, que se consideraba el ámbito de acción fundamental de la mujer. Así, el mercado laboral de inicios del siglo XX establecía límites entre los trabajos adecuados para hombres y para mujeres, vinculando a estos últimos con una supuesta naturaleza femenina.

Un siglo después, podríamos suponer que el ingreso al mercado laboral se ha simplificado, ya que las mujeres se integran a un mercado con una oferta laboral diversificada. 

A pesar de esto, según cifras de la encuesta Género y trabajo 2023 del INE, solo un 50% de las mujeres participa del mercado laboral. Es decir, solo la mitad de las que puede trabajar remuneradamente, lo hace; incluyendo trabajos formales e informales. Las actividades económicas con mayor concentración femenina, según el INE, son hogares particulares (84,3%); salud, asistencia social (73,2%) y enseñanza (72,9%).

Esta distribución nos habla de un mercado laboral en donde las mujeres siguen teniendo más oportunidades en aquellos trabajos considerados como típicamente femeninos. Además, un 33% de las mujeres que no trabajan remuneradamente señala que no lo hace por “razones familiares”, mientras solo el 2,9% de los varones aduce esa misma razón. Esto demuestra la existencia una brecha que está estrechamente vinculada con la distribución del trabajo doméstico y de los roles de género.

Sin duda, hemos avanzado con respecto a hace cien años, aunque la distribución de los roles sigue manifestando un fuerte desequilibrio en perjuicio de las mujeres. Esta breve perspectiva histórica nos permite observar algunas transformaciones de la participación laboral femenina, a la vez que arroja luz roja sobre el cambio cultural urgente que debemos hacer en cuanto a la distribución equitativa del trabajo doméstico no remunerado. Esto, con el fin de favorecer un aumento y diversificación de la participación laboral femenina en Chile.

Por Javiera Errázuriz, Doctora en Historia y académica del Departamento de Humanidades de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la UNAB

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