Por Nazly Hananias, periodista y Líder de Programas Estratégicos y Proyectos Corporativos en Empoderadas. Especialista en comunicación con propósito y generación de redes con sentido.
En 2008, llegué a la Universidad del Desarrollo como Coordinadora de Asuntos Públicos y Comunicaciones. Recuerdo con nitidez una de mis primeras tareas: presentarme ante los medios. No tenía experiencia previa en gestión de prensa, pero sí una meta clara. Quería que nos publicaran, que se hablara de la universidad, que nuestras iniciativas fueran visibles.
No fue fácil. Pero algo dentro de mí intuía que comunicar no era simplemente mandar correos o hacer llamados insistentes. Era mucho más que eso: era construir vínculos.
Empecé a asistir a seminarios y charlas. Era común recibir tarjetas como quien reparte volantes en una esquina. Todo muy correcto, muy profesional, pero también tremendamente frío. Faltaba algo esencial: una conversación de verdad. ¿Quién estaba detrás de esa tarjeta? ¿Qué historia traía esa persona en su mochila invisible?
Fue ahí donde algo cambió en mí. Me prometí que si iba a hacer networking, lo haría a mi manera: una manera más empática, más humana, con propósito. Empecé a hacer preguntas simples pero poderosas: ¿Por qué haces lo que haces? ¿Qué te trajo hasta aquí?
Y lo que descubrí fue inmenso. Detrás de cada cargo, había una historia. Un duelo. Un sueño. Un deseo de aportar. Y entendí que escuchar esas historias no solo fortalecía las relaciones. También nos recordaba algo fundamental: todos estamos buscando lo mismo —ser vistos, escuchados, valorados por lo que somos, no solo por lo que hacemos.
Con los años, confirmé que eso era —y sigue siendo— networking con sentido. No se trata de cuántas personas conoces, sino de cuántas te recuerdan con respeto, con cariño, con gratitud. Hoy, mi red no está hecha de tarjetas; está hecha de conversaciones que dejaron huella, de periodistas que confían, de colegas con quienes me reencuentro en nuevos caminos, de personas que supieron que las estaba escuchando de verdad.
Si pudiera darte un solo consejo, sería este: no trates de impresionar a nadie. No hace falta. Tu historia —aunque tú a veces la subestimes— vale mucho. Cuando te presentas con autenticidad, las puertas se abren. Y cuando escuchas de verdad, dejas una marca que no se borra.
Porque al final, lo que las personas recordarán no será tu cargo, ni tu currículum, ni tus logros. Recordarán cómo las hiciste sentir.
Y créeme: eso es lo que realmente transforma.
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