Por Claudia Cadenas, periodista especializada en temas de género
Para muchas mujeres, ser madre representa un anhelo profundo, cargado de sentido vital. El nacimiento de un hijo transforma la rutina diaria en una experiencia extraordinaria: cada sonrisa, cada abrazo, cada pequeño descubrimiento se convierte en una joya emocional. Sin embargo, detrás de esta belleza hay una realidad frecuentemente invisibilizada: los sacrificios personales y profesionales que muchas mujeres deben asumir para criar.
En Chile, como en gran parte del mundo, la maternidad sigue siendo penalizada laboral y socialmente. A pesar de los discursos sobre igualdad de género y ciertos avances legales, las madres trabajadoras enfrentan discriminación, barreras estructurales y una sobrecarga de tareas que limita su desarrollo profesional y personal.
A menudo deben optar entre avanzar en sus carreras o cuidar de sus hijos. ¿Por qué? Porque se enfrentan a un sistema frágil, con brechas salariales, escaso acceso a puestos de liderazgo, y un apoyo institucional insuficiente. Aunque se promueve la idea de compartir las responsabilidades familiares, la corresponsabilidad parental en Chile aún es débil, y el sistema de cuidado recae casi exclusivamente sobre las mujeres, perpetuando un modelo desigual.
Maternidad y empleo: una carga aún desigual
Si bien la legislación contempla protección a la maternidad, como el permiso postnatal parental de la Ley 20.545, la implementación efectiva y el cambio cultural siguen siendo tareas pendientes. Según un informe del Departamento de Estudios de la Dirección del Trabajo, una parte significativa de las mujeres en edad fértil desea o necesita trabajar, pero se encuentra con un mercado laboral chileno que aún no se adapta a sus realidades.
La participación laboral femenina ha crecido, pasando del 32% en 1990 al 51,8% en 2023, según el INE. Sin embargo, Chile sigue por debajo del promedio latinoamericano y de los países de la OCDE. La brecha de género en el empleo persiste, afectando especialmente a mujeres que son madres.
Además, las mujeres dedican, en promedio, dos horas más que los hombres al trabajo no remunerado, como labores domésticas y cuidado de personas, lo que limita sus oportunidades de crecimiento y descanso.
Frente a este escenario, muchas mujeres —sobre todo aquellas sin redes de apoyo— recurren al trabajo informal femenino, especialmente en sectores vulnerables. Según el INE, en el trimestre octubre-diciembre de 2023, la tasa de ocupación informal femenina alcanzó el 29,2%, superando la masculina (26,2%). Esta informalidad implica falta de acceso a derechos laborales básicos como licencias, cotizaciones y protección frente al despido, lo que profundiza su precariedad laboral.
Testimonios de una realidad compartida
Aracely Urrutia, ingeniera comercial, decidió junto a su familia pausar su carrera para cuidar a su hija de un año. Hoy trabaja desde casa de forma esporádica, sin la estabilidad que desearía.
“Nunca imaginé una vida así, pero estoy feliz cuidando de Antonella. Siempre quise ser madre y hoy, aunque renuncié a mi carrera, siento que debo disfrutar esta etapa. Eso sí, reconozco que fue una decisión condicionada por la falta de opciones de cuidado y por nuestra situación económica”, relata.
Como muchas madres chilenas, Aracely ha debido adaptar su vida al cuidado. Hoy cuenta con la ayuda de su madre los fines de semana, pero no todas poseen esa red de apoyo. En estos casos, programas como Chile Crece Contigo, que desde 2006 ofrece acceso gratuito a salas cuna para hogares vulnerables, son claves. Sin embargo, su cobertura aún es limitada, y muchas mujeres terminan abandonando el empleo formal ante la falta de alternativas.
Otra historia es la de Elizabeth Lizama, kinesióloga y fundadora de Clínica Fibra. Como emprendedora, comparte el cuidado con su pareja, pero aún enfrenta grandes desafíos para conciliar maternidad y trabajo:
“Mientras mi hijo dormía, aprovechaba para trabajar en el computador. Hoy sus siestas son más cortas, está más inquieto, y eso nos exige reacomodar todo el tiempo. Hemos pensado en contratar apoyo, pero siempre hay algo que una madre deja de lado”.
Elizabeth y su pareja han logrado construir una rutina compartida, rompiendo con el modelo tradicional. Su experiencia muestra que la corresponsabilidad parental es posible y necesaria para avanzar hacia la igualdad de género en el trabajo.
Hacia una corresponsabilidad real
La corresponsabilidad en las tareas de cuidado es esencial para reducir la discriminación laboral por maternidad. No se trata de “ayudar”, sino de redistribuir equitativamente las responsabilidades. Para lograrlo, se necesita un enfoque integral: políticas públicas con enfoque de género, empleadores comprometidos y un cambio cultural profundo.
Por un lado, es urgente diseñar e implementar políticas laborales inclusivas, que reconozcan las distintas realidades de mujeres y hombres. Las licencias parentales compartidas, por ejemplo, se enfrentan a la resistencia cultural basada en roles tradicionales de género y en desigualdad salarial. Pero si las mujeres accedieran a sueldos equivalentes, el debate sería distinto.
También se requiere incentivar la participación activa de los hombres en el cuidado, no solo a través de medidas legales, sino también mediante campañas de sensibilización sobre paternidad activa. Sin embargo, estas acciones deben ir acompañadas de un cambio de mentalidad, que cuestione profundamente los estereotipos y prejuicios que aún rigen la distribución de las tareas del hogar.
Otra propuesta clave es fomentar jornadas laborales flexibles, especialmente en sectores donde la presencialidad no es indispensable. Esta opción se visibilizó durante la pandemia, que dejó una fuerte huella en la empleabilidad femenina en Chile: según datos oficiales, la participación laboral de las mujeres cayó más de 10 puntos porcentuales en los primeros meses del COVID-19.
No obstante, la emergencia sanitaria también evidenció que el teletrabajo puede ser una herramienta efectiva para compatibilizar la vida laboral y familiar. Esta experiencia colectiva abrió el debate sobre la necesidad de construir entornos laborales más inclusivos, empáticos y sostenibles.
Por último, es urgente erradicar los estereotipos de género que penalizan la maternidad en el mundo laboral. Esto incluye capacitaciones en equidad de género, auditorías internas, buenas prácticas empresariales y sanciones efectivas a la discriminación por embarazo o cuidado infantil.
Un futuro en construcción
Las historias de Aracely y Elizabeth son reflejo de un fenómeno transversal: mujeres que enfrentan la disyuntiva entre cuidar y crecer profesionalmente. Pero también son ejemplos de lucha, creatividad y amor.
La gran pregunta es: ¿cuánto más esperaremos para que el mundo laboral deje de castigar la maternidad y comience a valorarla como parte esencial de la vida en sociedad?
Porque no se trata solo de madres. Se trata del derecho a cuidar y ser cuidadas. Se trata de una sociedad que se atreva a poner la vida ,y no solo la productividad, en el centro del modelo económico.
Las mujeres trabajadoras en Chile que hoy alzan la voz no lo hacen solo por sí mismas. Lo hacen por sus hijas, por las futuras generaciones. Por una cultura laboral más justa, que no mida a las personas por su género, sino por su talento, su compromiso y su humanidad.