Por Al Nur Sabag Degand, Licenciada en Historia, Magister (c.) en Historia, Universidad de Concepción, Co-fundadora de Históricas podcast de Radio UdeC.
Corría el año 1946 y Revista Margarita – una de las más influyentes y diligentemente consumidas por el público femenino de la época – lanzaba una pregunta que, sin duda, marcaría la pauta del deber ser doméstico: ¿Es usted una dueña de casa perfecta? La publicación, en un loable esfuerzo por instruir y entretener, advertía que para “merecer” tan prestigioso título era indispensable dominar los protocolos del cuidado del hogar y la familia. Para ello, ofrecía a sus lectoras un instructivo cuestionario diseñado no solo para divertirlas, sino también para evaluar sus competencias en la ardua —y aparentemente interminable— tarea de la perfección doméstica.
Revista Margarita, junto a otras publicaciones de la Editorial Zig-Zag, fue parte de un despliegue editorial estratégico dirigido a un nuevo sujeto social: la mujer chilena que, con tímidos pero firmes pasos, comenzaba a ocupar el espacio público no sólo como trabajadora, sino como consumidora. Estas publicaciones en formato papel, decoradas con ilustraciones y fotografías cuidadosamente seleccionadas y editadas, ofrecían mucho más que contenidos sobre moda o recetas de cocina: proponían una imagen de mujer ideal.
Un tipo femenino cuidadosamente construido que debía ser elegante pero recatada, maternal pero atractiva, moderna pero no demasiado independiente. En otras palabras, estas revistas funcionaron como herramientas discursivas para la reproducción de normas de género, encarnando y transmitiendo un deber ser que no era precisamente negociable. No fueron meras acompañantes del ocio femenino: fueron agentes activos en la configuración del rol social de la mujer, y hoy constituyen una fuente invaluable para entender los cimientos del imaginario femenino chileno contemporáneo.
Pero ¿qué sucede en la actualidad? Hoy, inmersas en un ecosistema digital regido por la velocidad del like y la lógica del algoritmo, aquellas antiguas páginas impresas han sido desplazadas por pantallas táctiles y contenidos efímeros. Los discursos de antaño no han desaparecido; simplemente se han transformado, adaptándose a nuevos formatos más inmediatos y —aparentemente— personalizados, aunque no necesariamente más diversos en cuanto a sus representaciones de género.
Las mismas inquietudes —¿eres suficiente?, ¿te ves bien?, ¿sigues las tendencias correctas?— persisten con una sorprendente tenacidad, solo que ahora se presentan camufladas bajo filtros de Instagram, videos de TikTok o consejos de influencers. El soporte cambió, sí. El envoltorio se volvió digital, dinámico, viral. Pero el contenido —el núcleo de esos mandatos de género— permanece inquietantemente reconocible. Lo vemos en fenómenos actuales como las tradwifes, el revival old money, y las omnipresentes nociones de “energía femenina” o “energía masculina”, que circulan en redes sociales como Instagram o TikTok con el ímpetu de una revelación, pero que no hacen más que reciclar ideales conservadores bajo un velo de modernidad.
Entonces, ¿qué nos queda a las mujeres? Pues nada menos que el arduo —y necesario— ejercicio de la crítica. Ser conscientes de los discursos que nos atraviesan, revisar
históricamente la construcción de estos ideales de género y analizar cómo han mutado, persistido y reaparecido bajo nuevas formas en la sociedad contemporánea. Porque si los mandatos han aprendido a cambiar de piel, nosotras también podemos aprender a desarmarlos. No para volver a un estado anterior —idealizado o no—, sino para imaginar otros futuros posibles donde ser mujer no implique encajar en moldes reciclados.
(*) Para más información sobre representación de las mujeres en soporte papel, puedes revisar el capítulo 12 del podcast HISTÓRICAS: Mujeres de Papel. La representación de la mujer desde el pensamiento masculino https://open.spotify.com/episode/1TqXzkNByzcjsChJcS4F8E?si=rKhkyk3GRVKmdvB o3-Pe-A
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