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Violencia de género: Raíz, quiebre y camino hacia la resiliencia

El pasado 25 de noviembre, se conmemoró un nuevo Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, una fecha que no deja indiferente a una sociedad que en el 2020 lamentó más de 4 mil femicidios en América Latina de acuerdo a las últimas  cifras alertadas por la CEPAL. Pero ¿Qué ocurre con las mujeres que siguen inmersas en contextos de violencia?   ¿Cuáles son los desafíos que enfrentan a nivel personal cuando logran romper con este círculo?

Para entender los cimientos de esta realidad, es preciso señalar que la violencia de pareja no ocurre en un contexto neutro, sino que es el “resultado de relaciones desiguales de poder que se sostienen sobre un sistema de normas y pautas culturales, creencias y prácticas cotidianas que ubican a las mujeres y a todas aquellas identidades asociadas a lo femenino, en una posición de subordinación”  plantea  Andrea Neira Faúndez, psicóloga y Magister en estudios de las mujeres y de género e integrante de la Dirección de Equidad de Género de la Universidad de La Frontera.

Raíz y manifestación  

 A partir de esta premisa, es que la violencia de pareja ha calado hondo en la sociedad asumiendo diversas formas enmarcadas y legitimadas por una violencia cultural y estructural. De acuerdo a  la “IV Encuesta de Violencia contra la Mujer en el Ámbito de Violencia Intrafamiliar y en Otros Espacios” realizada por la Subsecretaría de Prevención del Delito el 41, 4% de mujeres entre 15 y 65 años señaló haber sufrido algún tipo de violencia  durante su vida, destacando la psicológica, física y sexual.

Asimismo, la “Encuesta nacional sobre la desmitificación del amor romántico y violencia simbólica” de Prodemu apuntó a que al menos a un 32% de las mujeres su pareja le prohibió ver sus amigos, un 28% se sintió avergonzada por su pareja por su manera de vestir, y un 26% fue amenazada con la frase “si no estamos juntos, me voy a morir” por mencionar algunos datos.

“Las mujeres hemos sido educadas en un contexto en el cual  nos enseñan y promueven una serie de características como la abnegación, entrega, sumisión, el ser “de y para otros” como comportamientos que nuestra sociedad valora y asocia a  lo femenino, como si estas fueran parte de nuestra esencia y naturaleza y no como atributos aprendidos durante nuestro proceso de socialización”  explica  Andrea Neira Faúndez, quien agregó que si a eso le sumamos además, el ideal del amor romántico, la dependencia económica, emocional y el asilamiento social, se genera un escenario mucho más complejo para romper una relación de pareja abusiva.

Las  huellas de la violencia

¿Qué marcas dejan estas vivencias en las mujeres? según explica la profesional  de la Dirección de Equidad de Género de la Universidad de la Frontera, dentro de las consecuencias psicológicas es posible observar efectos a nivel cognitivo, como por ejemplo dificultades en los procesos de atención y concentración, problemas de memoria y dificultades para organizar y planificar el futuro,  mientras que a nivel emocional, se observan impactos negativos en la autoestima y autoconfianza, sentimientos de indefensión y desvalorización, miedo, vergüenza y culpa.

En el aspecto conductual, se reduce la  interacción social con familiares con amigos y esto aumenta la sensación de aislamiento y la dificultad en la comunicación y expresión de emociones. “En algunos casos también es posible apreciar sintomatología asociada a estrés postraumático, angustia, ansiedad, estados permanentes de alerta y hipervigilancia, trastornos del sueño y el estado de ánimo” complementa la psicóloga. 

El quiebre y el camino hacia una nueva vida

De acuerdo a los datos del Centro de Estudios y Análisis del Delito (CEAD) de la Subsecretaría de Prevención del Delito este año, en el total país, se registraron 62.473 denuncias por violencia intrafamiliar a la mujer.

Tomar la decisión de denunciar y comenzar a mirar la vida con otros ojos no es fácil tras el término de una relación abusiva. pero siempre hay un primer paso: Reconocerse como víctima, comprender que no hay nada que justifique la violencia, e identificar aquellas conductas  producto de lo anterior, pero no es lo único a asimilar. Restablecer el estado de bienestar previo a la relación de pareja, trabajar la autoestima,  la autonomía, mejorar el autoconcepto y reconstruir el proyecto de vida es parte del trabajo que queda por delante.

“Recuperar los vínculos afectivos con familiares y amigos y aceptar que en muchas ocasiones este proceso requiere de un acompañamiento especializado, también del acompañamiento de otras mujeres que hayan vivido situaciones similares y organizaciones feministas  nos ayuda a entender que la violencia no es reflejo de hechos aislados o perfiles psicopatológicos, sino que es la consecuencia más extrema de aspectos que son estructurales” sostiene Andrea Neira, quien hace hincapié además en que el entorno cercano debe estar abierto a escuchar y debe evitar  responsabilizar  juzgar a las víctimas.

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