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«La estación de las mujeres»: un viaje sin esperas a ese espacio tan anhelado

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Carla Guelfenbein nos sumerge en un tapiz de relatos que entretejen las vidas de mujeres, uniendo sus destinos a pesar de pertenecer a épocas distintas. A través de variados escenarios, la autora nos invita a enfrentar el desafío de conectar con aquellas mujeres cuyas experiencias resuenan en nuestro interior. Ya sea en la manera en que contemplan sus vidas, en las inseguridades que emergen como sombras persistentes, en esas conversaciones íntimas con la soledad que resuenan en sus pensamientos más profundos, o incluso en los altibajos de sus romances, con sus amores y desamores que dejan huellas imborrables en sus corazones.

Las estaciones son puntos de partida y llegada, lugares donde se inician o concluyen viajes. En ellas, buscamos las aventuras que deseamos con fervor, pero también podemos perdernos en la espera interminable de aquello que nunca se materializó. En esta narrativa, la estación en cuestión es la Universidad de Columbia, donde las vidas de estas mujeres se entrelazan.

Algo que capturó mi interés fue cómo la autora utiliza la banca situada frente al Barnard College de la Universidad de Columbia. Esta banca, un objeto aparentemente cotidiano, está adornada con inscripciones de la artista neo-conceptual Jenny Holzer, cuyas frases resuenan y se entretejen a lo largo del libro, convirtiéndose en un eco constante que acompaña la historia.

En este escenario, nos embarcamos en un viaje fragmentado por las vivencias de Margarita, quien vive bajo la sospecha de que su esposo está involucrado en un amorío. Su travesía emocional se ve súbitamente interrumpida por el enigma de la desaparición de Anne, la conserje poco sociable, quien desaparece sin dejar rastro ni explicación alguna para quienes la rodean.

Mientras navegamos por este laberinto de historias, hacemos un transbordo hacia la vida de Juliana, quien está decidida a desenterrar un secreto sepultado en un evento que dejó huellas profundas en su infancia. Y en un tren que retrocede en el tiempo hasta los años 50, nos sumergimos en el mundo de la alta sociedad y conocemos a Elizabeth. Ella, atrapada en un entorno de lujo y expectativas, lucha por liberarse de las cadenas de su mundo en busca de su propia libertad. Y así, sin sospecharlo, en este entramado de narrativas, nos encontramos de golpe con la realidad, donde emerge la figura de una mujer que realmente existió: Doris Dana, de quien podemos descubrir más y entender el impacto que tuvo esta mujer para nuestra querida Gabriela Mistral.

El relato te mantiene con los ojos fijos en cada detalle, ya que, al principio, los senderos de la historia se entrelazan de manera confusa y con bastantes intrigas. Sin embargo, a medida que avanzas y te familiarizas con cada personaje, con el tono único y particular en el que se expresan, empiezas a reconocer sus historias y personalidades, incluso sin ver el título del capítulo. Es en ese momento cuando uno comienza a construir un vibrante collage de imágenes y recuerdos, un mosaico que deja espacios vacíos, invitando a especular y a sentir la urgencia de rellenar esos espacios con tus propias interpretaciones y conjeturas.

Es un relato corto, con menos de doscientas páginas, ideal para disfrutar durante la temporada de vacaciones. Publicado en 2019 por la editorial Alfaguara, este libro nos revela una faceta distinta de la autora, a la cual no estábamos acostumbrados. Su prosa es ágil y fácil de digerir, como una brisa suave que nos lleva a través de un viaje literario lleno de frescura y versatilidad. Al cerrar el libro, me quedé con un deseo insaciable de conocer aún más sobre las protagonistas y sus destinos.

Por Claudia Cadenas, periodista y colaboradora de la sección Empoderadas en Tinta.

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